ANTONIO CALDERÓN CASTRO
Secretario General Partido Liberación Nacional
Volvió Ottón. Con los puños levantados y la aureola en la mollera. Con los mates de un mesías y el verbo de un profeta. Volvió Ottón y descubrió, durante su ausencia, el agua tibia y la invención de la rueda. Vino a decirnos que hay basura en nuestras calles, violencia en nuestros barrios y huecos en nuestras carreteras.
Cinco meses de reflexión le sirvieron para reconocer la culpa –de los otros– y las virtudes –de sí mismo–; para admitir la pésima interpretación ideológica –de los otros- y la austeridad –de sí mismo-; para denunciar la violación al Estado de derecho –de los otros– y el respeto a la ley –de sí mismo–. Cinco meses le bastaron para reforzar su convicción de que él, y nadie más, tiene la fórmula para salvar a nuestro país.
El asunto está en que no necesitamos ser salvados. A pesar de los muchos problemas que nos aquejan, nos apañamos bastante bien durante la ausencia de don Ottón. En estos cinco meses los acuerdos políticos avanzaron como nunca en la Asamblea Legislativa. Importantes proyectos de ley, que llevaban años de estar estancados, pudieron ser aprobados. Existe una renovada sensación de optimismo, a pesar de los desafíos que presenta el contexto mundial. Justo cuando empezábamos a darnos la mano, no necesitamos cerrar el puño.
Retórica agresiva. La retórica agresiva, investida de santidad, es característica de don Ottón. Lo que no le conocíamos hasta ahora era su faceta populista. Despotricar contra la inversión extranjera, contra los campos de golf y contra los “vagos y ladrones”, no ha sido nunca la tónica del discurso político costarricense. Al menos no del discurso predominante. Ha sido más bien la tónica de ciertos líderes incendiarios de otras naciones latinoamericanas, que han pagado un alto precio por su fanatismo y su pasión chauvinista.
Por dicha don Ottón no quiere entrar en campaña electoral, aunque nos propine 42 minutos de discurso lleno de proclamas. No quiere entrar en campaña electoral, aunque nos anuncie que recorrerá el país promoviendo su imagen. No quiere entrar en campaña electoral, aunque explote los temas más electorales que existen (inseguridad, soberanía, ética en la función pública).
Vale más, porque habría sido bastante difícil de aceptar que don Ottón se proclamara candidato presidencial cuando no ha estado presente para enfrentar los problemas del país, cuando se ha limitado a criticar cuanta iniciativa ha propuesto el Gobierno para paliar el impacto de la situación mundial.
Vale más porque, cuando miles de costarricenses de todas las esferas del poder público y de la sociedad se unen al Gobierno para ayudar a mitigar las consecuencias de la emergencia nacional causada por las inundaciones, lo último que necesitamos es alguien que venga, como ave de mal agüero, a sembrar cizaña en medio de la población.
La enfermedad como burla. Comprendo las motivaciones de don Ottón al emitir sus declaraciones, aunque no las comparto. Lo que no comprendo, lo que me causa indignación y asombro, es su alusión a la enfermedad del presidente de la República, hecha en un tono sarcástico y grosero. Hacer chota con la enfermedad del mandatario no es signo de valentía ni de atrevimiento político, ni mucho menos de finura cómica o sentido del humor; es, simplemente, una falta de respeto y de consideración. Quien tanto se inmola en las causas éticas y en la defensa de los valores, debería saber que la enfermedad no es nunca, en ninguna circunstancia, motivo de burla. Y mucho menos la enfermedad del Presidente.
Francamente no sé si don Ottón volvió cambiado, o volvió más sincero que nunca. Si por la víspera se saca el día, vienen meses difíciles para la política. Volveremos a las discusiones interminables. Volveremos a los enfrentamientos innecesarios. Volveremos a las poses demagógicas. Hemos recibido ya la advertencia de una nueva carta dirigida a la Casa Presidencial, en que el “oráculo de San Pedro” nos dará las sugerencias de los pasos que la presente Administración debe dar, so pena de fracaso rotundo y corrupción incurable.
¡Qué pereza volver a ese tipo de política! ¡Qué pereza volver a la intransigencia, a la estrechez de miras, a las pretensiones de monopolizar la virtud y la verdad! ¡Qué pereza que Ottón volviera!
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